INTEGRANTES

I N T E G R A N T E S

Fernando Reynoso Rodríguez
Itzel Domínguez Montero
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martes, 28 de mayo de 2013

JOSÉ GUILLERMO ABEL LÓPEZ PORTILLO Y PACHECO " Ya nos saquearon. México no se ha acabado. ¡No nos volverán a saquear! "


     López Portillo was born in Mexico City, to his father José López Portillo y Weber (1888–1974), an engineer, historian, researcher, and Mexican academic, and his mother Refugio Pacheco y Villa-Gordoa. He was the grandson of José López Portillo y Rojas, a lawyer, politician, and man-of-letters. He was the great-great-great grandson of José María Narváez (1768–1840), a Spanish explorer who was the first to enter Strait of Georgia in present-day British Columbia and the first to view the site now occupied by the city of Vancouver.

     He studied law at the Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) before beginning his political career with the Partido Revolucionario Institucional (PRI) in 1959. He held several positions in the administrations of his two predecessors before being appointed to serve as finance minister under Luis Echeverría, a close friend from childhood, between 1973 and 1975.
     López Portillo undertook an ambitious program to promote Mexico's economic development with revenues stemming from the discovery of new petroleum reserves in the states of Veracruz and Tabasco by Petróleos Mexicanos (Pemex), the country's publicly owned oil company.

     López Portillo undertook actions which were highly controversial with respect to the international banking establishment. One of his last actions as president, announced during his annual State of the Nation address on September 1, 1982, was to order the nationalization of the country's banking system.

     López Portillo was the last nationalist president to emerge from the ranks of the PRI. Subsequent presidents have all been advocates of free trade.

     His opponents internationally and domestically accused López Portillo of "rampant corruption," "excessive overseas borrowing," galloping inflation — which continued under his successor — and responsibility for devaluations of the peso.

     His obituary in the New York Times referred to his well publicized generosity toward his one-time mistress, Rosa Luz Alegría as "a symbol of the era's political decadence.". He bought her a US$2 million mansion in Acapulco.


     La característica más notable del gobierno de López Portillo, es sin duda el contraste. Desde un primer plano, nuca se había luchado de tal forma contra la corrupción. En su discurso de toma de posesión, López Mateos, da muestra que su intensión es moralizar la administración pública. Afirmaba ahí: “A MIS COLABORADORES Y FUNCIONARIOS PÚBLICOS, LES PIDO QUE SIENTAN CONMIGO EL PRIVILEGIO DE SERVIR Y HACERLO CON PLENA VALIDEZ E INMACULADA HONESTIDAD”. Ahora también sabemos que la corrupción que se presentó a finales de su gobierno era algo inusitado.

     El desorden administrativo y económico con el que se recuerda su administración fue precedido de reformas administrativas, fiscales de leyes de planeación, de planes, de proyectos y, desde luego también de un Plan Global de Desarrollo. Quizá el gobierno de López Portillo sea el que menos congruente a sido entre sus proyectos y sus obras, esto se nota al comparar sus primeros años de gobierno y los últimos de éste.

     Estando la sociedad en una etapa de abundancia y bienestar entre 1979 y 1981, las mayorías lograron niveles de vida nunca antes soñados, por lo tanto el apoyo al estado mexicano y a su presidente José López Portillo, fue prácticamente unánime. En las grandes políticas-económicas, sociales y políticas- a nivel nacional, todo marchaba sobre rueda en los años de 1976 y 1977 se vivió una gran recuperación.

     El proceso rebaso al país, tanto a nivel personal como social y gubernamental. Y ante una curiosa situación de “coincidencia”. Como México, un día toda Latinoamérica amaneció quebrada, sin prestigio ni reservas monetarias, endeudada y con tasas inflacionarias elevadísimas.

     En materia económica su administración se caracterizó, sobre todo después de la primera mitad, por tomar decisiones arbitrarias y financieramente ineptas que detonaron la crisis más severa en la historia de México desde la época revolucionaria, no sólo repitiendo, sino aumentando los errores del periodo echeverrista. El gobierno, obnubilado por las ganancias del petróleo y la euforia de los mercados, guardó los propósitos de inicio en un cajón y tramitó con la banca extranjera una pléyade de préstamos irreflexivamente para sufragar la exploración e infraestructura de explotación de los depósitos petroleros; puso en marcha proyectos de desarrollo condenados al fracaso por su pomposidad y mala preparación (la Alianza para la Producción, el Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados, el Sistema Alimentario Mexicano o el Plan Global de Desarrollo, el más elocuente de todos); y fomentó una obesa burocracia al crear nuevas secretarías de Estado y multitud de organismos, adquiriendo y participando igualmente en más de medio millar de empresas, lo que junto a una corrupción galopante terminó no sólo por reducir a cero los excedentes del petróleo (calculados en cien mil millones de dólares entre 1978 y 1981), sino por multiplicar la deuda externa ante el aumento de las tasas de interés, añadiéndose intrigas palaciegas desde la Secretaría de Programación y Presupuesto rumbo a la determinación de la candidatura presidencial del PRI, traducidas en diagnósticos desprendidos de cuentas manipuladas que truncaron medidas elementales como el recorte al gasto corriente y la baja de precio del barril de crudo para afrontar la sobreoferta y la austeridad energética autoimpuesta por el mercado mundial, siendo los chivos expiatorios el secretario de Hacienda, David Ibarra, y Jorge Díaz Serrano, director de Petróleos Mexicanos (PEMEX) y un amigo más de los años mozos del mandatario en el primer nivel del servicio público, ambos serios aspirantes al Ejecutivo.

     Con respecto a la moneda, el peso fue tardíamente devaluado en alrededor de un 400% como producto de otro episodio de la frivolidad de López Portillo ("Presidente que devalúa, se devalúa", pontificaba). En el marco de la VI Reunión de la República, el 4 y 5 de febrero de 1982, juró defenderlo "como perro" frente a la embestida que sufría de los "enemigos" de la patria, pero para el 18 de febrero de 1982 la Secretaría de Hacienda se vio forzada a declarar la moratoria de pagos y a devaluar el circulante de 28.50 a 46 pesos por dólar, frenándose en 70 pesos sólo después de imponerse el cierre del mercado cambiario para atajar la escalada, la que inclusive sobrepasaría los cien pesos por cada billete verde.
    Conforme avanzó el sexenio la excentricidad, el despilfarro y el influyentismo se apoderaron del mandato de López Portillo. Olvidándose de su investidura, el presidente obligó a que la gira papal hiciera una parada en la Residencia Oficial de los Pinos con el objeto de que Su Santidad celebrase una misa especial para su madre, contestando a sus detractores que "pagaría de su bolsillo" las sanciones administrativas previstas por violentar la laicidad de un espacio oficial y subestimando los problemas evidentes por la inexistencia de relaciones diplomáticas entre México y el Vaticano; su esposa, mujer de arrogancia y reiterados desplantes, tomó en sus manos la política cultural del gobierno sin experiencia alguna y ordenó, por ejemplo, que se integrara una orquesta sinfónica especial, la Filarmónica de la Ciudad de México, para dar a conocer sus dotes de pianista con temas del grupo Mocedades; y su hija Paulina debutó como baladista juvenil y fue apoyada para alcanzar el éxito.

          Pero lo más delicado es que nombró en importantes cargos a familiares directos, vanagloriándose además por ello, en especial del caso de José Ramón, su primogénito, quien se desempeñó como subsecretario de Estado ("Es el orgullo de mi nepotismo", exclamaría orondo). Otros beneficiarios fueron su hermana Alicia, que fungía como su asistente; su hermana Margarita, designada titular de la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía de la Secretaría de Gobernación (temida y odiada por su actitud caprichosa y altanera frente a dueños de medios, creadores, productores y directores que la acusaron de herir de muerte a la industria de la pantalla grande, apodándole la "pésima musa" como burla por su admiración hacia la Décima Musa, Sor Juana Inés de la Cruz, y sus malhadados intentos como escritora y guionista de películas); su primo Guillermo, convertido en presidente del entonces llamado Instituto Nacional del Deporte; y Rosa Luz Alegría, con quien sostenía una relación extramarital, fue colocada a la cabeza de la Secretaría de Turismo.

En la misma tesitura Arturo Durazo Moreno, un viejo amigo de vecindario, fue elevado a director del Departamento de Policía y Tránsito del Distrito Federal, desde donde además de ser hecho General de División sin pasar por el Ejército y condecorársele con el Doctorado Honoris Causa del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal sin antecedentes universitarios o de práctica legal alguna, auspició el cohecho y la tortura entre los cuerpos que dirigía y se enriqueció escandalosamente acumulando autos, bienes y mansiones como "El Partenón", una estrafalaria casa de playa inspirada en el mítico monumento griego levantada en la bahía de Zihuatanejo, la que una vez decomisada, luego de aprehender a Durazo en 1984, se convirtió en un emblema de lo peor de aquella época.



     El 1 de septiembre de 1982, día de su último informe de gobierno, habría de encarar a la ciudadanía para anunciarle el caos. Culpó de la debacle a los banqueros y a los "sacadólares", no admitió tener que ver en el hundimiento financiero del país ("Soy responsable del timón, pero no de la tormenta") y, de un plumazo, nacionalizó la banca y decretó el control de cambios, más en el tenor de una rabieta desesperada, de un golpe de efecto, que en el de medidas sopesadas y necesarias, lo que se vislumbró en su argumentación: "Ya nos saquearon. México no se ha acabado. ¡No nos volverán a saquear!".

     En los siguientes años los resultados de dichas ocurrencias (cuyo costo al erario por los conceptos de compra e indemnización del entramado bancario se estimó en unos tres billones de pesos) fueron más que funestos, como se patentizó al poco tiempo con el apogeo de una banca paralela encubierta en casas bursátiles e instituciones financieras diversas que incentivaron la especulación, con la negligente reprivatización bancaria que puso otra vez a la nación a un paso de la ruina a mediados de la década de los noventa, y con el abuso y fracaso del Fondo Bancario de Protección al Ahorro, que en su reestructuración como deuda pública, pactada legislativamente desde 1998, absorbe hasta la fecha enormes cantidades presupuestarias.

    LO BUENO DE LOPEZ TAL VEZ FUE...
    
    Con lo anterior, retirado de la política, se dedicó a escribir su biografía y otros libros con mediano éxito, probando suerte también con una marca propia de tequila, "Don Q", promocionada con su foto vestido de charro en la etiqueta. Tras concluir su mandato presidencial, se mudó con su familia a una mansión con cuatro casas (una para él y las restantes para cada uno de sus hijos) en los suburbios de la capital mexicana bautizada popularmente como "La Colina del Perro" (en alusión a su citada defensa del peso), situada en un terreno de 122,000 m², obsequiado por su amigo Carlos Hank González.

 En cada residencia se instalaron dos mil metros cuadrados de alfombra importada, tapices de seda, domos corredizos y amplias terrazas con acabados de maderas preciosas. Además, en la casa principal se adaptó un sistema de aire acondicionado especial para preservar la humedad de la biblioteca particular de López Portillo, estimada en unos 30,000 tomos, y se erigió una cúpula-observatorio.

    No conforme con esto, el expresidente se hizo de una barranca en la exclusiva zona de Chapultepec, punto neurálgico del Distrito Federal, de un área de 8,000 m² para construir mansiones de aires moriscos y granadinos a su madre y sus hermanas Alicia y Margarita. También le fue obsequiada la residencia de descanso "Villa Marga Mar" de 3,000 m², localizada en la playa de Pichilingue, en la bahía acapulqueña de Puerto Marqués, cortesía de Joaquín Hernández Galicia.

    La riqueza de López Portillo provocó que el abogado constitucionalista Ignacio Burgoa lo denunciara ante la Procuraduría General de la República por el delito de peculado en contra de la nación mexicana, mientras que la fracción del PAN en la Cámara de Diputados propuso la creación de una comisión para investigarlo y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) insistió por meses en los indicios del uso de fondos del Gobierno Federal para fincar sus propiedades. Cercado por dichos ataques y por los varios reportajes en su contra; las burlas, a veces excesivas, de los caricaturistas; la promesa de "renovación moral" del presidente De la Madrid, sólo eficaz para encarcelar a funcionarios del pasado sexenio; y un repudio generalizado de la población hacia el ex mandatario y sus parientes, optaron por pasar largas temporadas en el extranjero.

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